Surviving the Friday [privado]

Era, como mínimo, inquietante. Considerando de quiénes se trataba, y tomando en cuenta el por qué tan cruenta batalla, a veces me preguntaba qué mierda tenían esos individuos en la cabeza. Noté que las cosas empezaban a salirse de control, y que tal vez debería ser mi turno de intervenir en la batalla que estaba ocurriendo frente a mi, pero realmente no me encontraba ni de ánimos ni sentía que aquello fuera asunto mío. Era problema de los guardias. -Apuesto por la señora de rojo.- mencioné a nadie en especial, mientras veía como la mencionada mujer, que seguramente pasaría los 60 años, empujaba a otro cliente y le hacia estamparse contra una vitrina. El tumulto de gente, el cual estaba observando, comenzó a cesar con su pequeño conflicto al ver llegar el personal de seguridad. Sintiéndome un poco aliviado al notar que no había un real herido, solté un pequeño suspiro, y me senté en una banca cercana.

Acomodé un poco el cuello del abrigo negro que llevaba. Como era de esperarse, se trataba de una tarde bastante helada, incluso pudiendo ver a algunas personas con guantes y estúpidos gorros navideños, todo por protegerse del frío. Por mi parte, no creía necesitar tanta vestimenta, pero era un hecho que el invierno norteamericano era más crudo que el japonés.
Otra cosa que se podía ver, era la pasión por las fechas que llegaban. A pesar de tratarse de una ciudad tan tétrica, Death City se esmeraba por ser una ciudad llena de vida y animada para lo ocasión, ya con diversos adornos navideños vistiendo sus calles, locales y hogares. Y, como no, no faltaba aquella música de navidad que se podía escuchar por los altosparlantes que se repartían por toda la ciudad. Notable. Yo, por mi parte, no era muy allegado a tales eventos.

Volviendo al tema principal, ¿qué había ocurrido hace unos momentos? Pues, ahora mismo estaba en la zona comercial de Death City, repleta de comercios, galerías y cuantos locales cuyos extraños artículos a la venta no quería ni imaginarme de qué se trataban. El punto era que, durante este día tan especial la gente de Death City, y de Norteamérica en general, luchaban por conseguir los precios de ofertas limitados que existían para ellos. Las tiendas y demás comercios se volvían verdaderos focos de conflicto una vez se amontonaban los salvajes clientes, dispuestos a conseguir los mejores precios. Todo por las cercanía de las fiestas de navidad y tal. Después dicen que son momentos especiales para pasar con los seres queridos... sí, claro, eso si con momentos especiales te refieres a las peleas que sufres por conseguir un juguete, y con seres queridos hablas de los otros locos que igual quieren conseguirlo. Al dirigir mi mirada de nuevo al lugar donde había acontecido la pelea, noté que la mujer de rojo salió con aire vencedor, un par de bolsas en sus manos. Estaba un poco -bastante- desaliñeada por haber luchado con los demás, pero parecía no importarle, como tampoco le importaba -o más bien, parecía disfrutar- las miradas de envidia de los otros involucrados, quienes habían quedado con las manos vacías. Negué con la cabeza levemente y devolví mi mirada al pequeño papel que sostenía en mis manos. Se supone que yo igual debía conseguir ciertos artículos para la próxima navidad. Adornos y tal. Al ver la masacre de hace unos momentos, sin embargo, ya no tenía tantas ganas de internarme en los almacenes y las galarías. Aunque no lo pareciera, apreciaba mi propia vida. Bueno, tal vez estaba siendo exagerado, pero el punto es que no iba a dejar que una anciana me golpeara solo por conseguir unas luces navideñas.

Me dejé caer en la banca en la cual estaba sentado, mis ojos fijos en el enorme letrero luminoso que se levantaba sobre un comercio. Parecía anunciar las próximas luchas encarnizadas de las que yo no quería ser parte. -Death Friday.- Susurré, primero leyendo el cartel y luego cerrando mis ojos por unos cuantos segundos... No era Black Friday, pero aún así. -Tal vez si uso a algun niño como escudo se compadezcan y me dejen comprar las cosas en paz.- Mi tono de voz era irónico. Pero no era una mala opción.

Caminaba tranquila, observando a las personas que pasaban a su lado y las demás al rededor, todas llenas de bolsas, las tiendas repletas de gente, peleando por artículos, le era raro aquello, no entendía el porqué se hacia una guerra por artículos con rebajas, por una parte era gracioso por la otra era de alguna manera aterrador. El clima helado se podía sentir, y por lo que veía la gente estaba muy bien abrigada, en cambio ella solo llevaba un suéter de lana, bufanda y un par de guantes, la gente la miraba, cosa que le incomodaba, ¿acaso era tan raro salir en short? Ella no sentía frió, estaba acostumbrada al clima frió de Berlín, por lo que el que hacia ahí no era nada comparado a su país natal.
 
Oculto parte de su rostro en la bufanda, y mientras miraba los locales por los cuales pasaba, a pesar de el estilo sombrío que se cargaba Death city, no podía negar que estilo alegraba un poco más la próxima festividad,-Navidad...-al decirlo sintió nostalgia, extrañaba a su familia, celebrar con sus padres, pero sabía que eso no iba a suceder durante un buen tiempo, pronto ignoro los pensamientos anteriores, suspiro, eh hizo un leve puchero, no era bueno ponerse sensible, por lo que siguió caminando y mirando los locales, tenía planeado comprar algo pero al ver todas las tiendas llenas, en una batalla campal le hizo arrepentirse completamente de su decisión, apreciaba mucho su vida como para perder la ahí entre el tumulto de gente amontonada, que empujaba y aplastaba gente, era todo un desastre.
 
Al llegar a cualquier punto de la zona, ya se sentía algo cansada de buscar una tienda que no estuviera tan llena, era bastante estresante buscar, camino y vio una banca, había alguien pero supuso que si se sentaba no le molestaría a la persona que estaba ahí, sonrió y al menos encontró un lugar donde descansar un poco, a estar alguno pasos de la banca diviso a una mujer de edad avanzada saliendo victoriosa del local de enfrente, reprimió su risa, le causaba gracia ver que la gente que salía con orgullo de las tiendas  con bastantes bolsas, después de soportar empujones, miro al azar los anuncios que se encontraban en el lugar uno que le llamo la atención fue el que decía "Death friday", nunca había escuchado algo así, suspiro y se fue a sentar a la banca ignorando a la persona a lado suyo  y sin apartar la mirada del los anuncios,  pero volteo a verle cuando le escucho,-Pobre niño…eso es ser algo cruel- susurro con leve molesta y mirando hacia otra parte, solo esperando que no la haya escuchado.

Estaba tan relajado e involucrado con mis propios pensamientos, que fallé en notar la presencia de otra persona la cual se sentara en mi misma banca, al menos hasta que la escuché hablar. Al hacerlo, pestañeé confundido y giré mi cabeza para poder verla. Ella no había hablado más alto que cualquiera de los otros sonidos que se detectaban en el ambiente, como la música o los charlatanes transeúntes que se podían ver de vez en cuando, sin embargo había podido escuchar sus palabras con claridad. Seguramente por la cercanía al estar sentada en la misma banca que yo. Cuando mis ojos dieron con ella, olvidé momentaneamente su silencioso comentario, ya que lo primero que destacaron mis ojos al verla fue su larga cabellera roja, que resaltaba con simpleza al hacer contraste con los días grises y el ambiente en general frío del invierno. Lo segundo que pude notar, y lo cual me hizo sentir como un verdadero idiota, fue que esta chica estaba con ropa menos abrigada que yo. Ni siquiera llevaba una chaqueta de alguna clase, solo un suéter y, para terminar de darle la guinda al pastel, unos shorts. Y luego yo me burlaba de la gente con gorros estúpidos. Tal vez era un mensaje de Shinigami, para que no me riera más a costa de esas personas y sus gorros con la nariz roja de Rudolph... O tal vez no.

Volviendo al tema de la chica y su comentario, mi propio orgullo, como no, me golpeó mentalmente al verme tan distraído con ella y su apariencia física, y me recordó el tema por el que realmente me había quedado viéndola. ¿Acaso me había respondido? Me imaginaba que lo mejor era ignorar su comentario y seguir con lo mío, aunque me quedaba la duda de si ella en verdad pensaba que yo haría algo así. Sonreí levemente ante la imagen mental de abrirme paso usando a un mocoso como ariete. Volteé mi cabeza para devolver mis ojos a las tiendas frente a mi y lejos de la chica pelirroja, mientras un silencio algo incómodo, al menos para mi, se creó en el ambiente. Cosa extraña tomando en cuenta, como no, a la estúpida música que seguía sonando así como también a las alegres personas repletas de regalos en sus manos que hablaban, gritaban y reían. Fue entonces que, contra toda advertencia mental de no meterme en más líos, le respondí -Siempre puedo usarte a ti como escudo si tanto te molesta.- Bien hecho Wass. Nunca puedes quedarte callado ¿verdad? -... y deberías ponerte un pantalón y tal, o se te congelarán las piernas.- Agregué, todavía sin mirarla y sonriendo satisfecho ante mi gran ingenio. Por supuesto que no podía quedarme callado.

Por otra parte, en medio de mi relajada postura, ahora mismo me encontraba desparramado en el asiento de la banca, mis manos ocultas bajo el calor de los bolsillos del abrigo que me cubría, mis ojos entrecerrados y fijos en el luminoso cartel. Escuchaba las risas de las personas que desfilaban con alto espiritu navideño y diversas bolsas llenas de sus recién adquiridas compras, así como también escuchaba las clásicas melodías navideñas que no paraban de sonar en un bucle que, a medida que volvían a repetirse, ya me estaba hartando un poco bastante. Al estar descansando tan perezosamente, mi cabeza estaba apoyada sobre el respaldo del banco, y la parte inferior de mi rostro se escondía con el cuello del abrigo. Sí, así de tranquilo es como esperaba la respuesta que regresara de ella... si es que me iba a responder, tal vez simplemente se largara decidida a ignorarme. En cuyo caso ganaba. Yay. Diablos, estas fechas si que me amargaban.

Sintió la mirada sobre ella, de la persona que estaba a su lado, se tenso un poco, acaso la había escuchado, aunque eso ya era obvio, no pudo evitar temblar un poco y sonrojarse levemente, quiso mirarle de reojo pero sentía que se arrepentiría si lo hacía, se maldijo, mantuvo la mirada en la tienda de enfrente y las personas que estaban por ahí, sonrió un poco al ver a un perro con disfrazado  de reno, vaya gente, en serio eran festivos, pero recordó la situación en la que estaba y volvió a quedarse quieta, tenía la opción de escapar pero dudaba que sus piernas respondieran a la acción, una parte de ella le decía que tomara un poco de valentía y le pidiera que dejase de verle porque era incomodo, pero a quien engañaba ser directa no era lo suyo.
Por fin le escucho hablar, lo que temía, se sintió retada a contestar pero tampoco quería discutir, y ahí iba otra vez una pelea interna consigo misma por no decidirse por una sola opción, hablarle o ignorarle, pero no quería quedarse asi, le volteo a ver haciendo un leve puchero-No gracias…pero te ofrezco la opción de utilizar a la mujer de rojo, ella es como un tanque de guerra-murmuro buscando con la mirada a la dama mencionada, luego miro sus piernas, alzándolas un poco como si tuviera algo raro en ellas, y volteo a ver al pelinegro-Pero no tengo frio…-dijo con algo de inocencia.

Suspiro, subió las piernas y las abrazo, posando su cabeza sobre ellas, y siguió mirando a su alrededor, la gente alegre, familias, parejas y amigos con las bolsas llenas de cosas, las canciones navideñas que repetían, se le hacían mucho, bastaba con el ambiente no tener que incluir tema musical para hacer ver eso como una típica película navideña o algún tipo de especial navideño de alguna serie, en su país natal eso no sucedió, era igual de colorido pero no como esto tan,-...Tan festivo...-susurro sin darse cuenta.

Finalmente llegó una respuesta de parte de la chica con la cual estaba compartiendo la banca. Para mi sorpresa no escapó o me ignoró y, de hecho, ni siquiera me respondió con la hostilidad que yo esperaba. Su comentario sobre la mujer de rojo me hizo sonreír levemente, aunque fuera algo imposible de notar debido a que el cuello de mi abrigo seguía cubriendo parte de mi rostro. Su segunda respuesta me dejó claro que la pelirroja no era alguien de entrar en peleas verbales con desconocidos, o al menos parecía querer evitar aquello. Tal vez ignoraba que mis comentarios habían salido con las intenciones de hacerla enfadar. Fuera cual fuera el caso, al final no terminé entrando en una tonta descución con alguien que ni siquiera conocía. Bien por mí, supongo. Por otra parte, la música no parecía tener fin, en serio. ¿Quién demonios era el encargado de controlar las melodías?. Mis oídos percibieron un último comentario por parte de la persona sentada a poca distancia de mi, pero no pude distinguir muy bien qué decía. Fuera por, como no, las estúpidas canciones que sonaban una y otra vez, o tal vez porque ella misma hablaba demasiado bajo. Por mi parte, sentí que tal vez debí haberle respondido algo a sus palabras anteriores, mínimo por simpatía. Pero no sabía que más agregar, principalmente porque no iba a sentarme allí a criticar a la mujer de rojo, aquel no era mi estilo. Y más cuando dicha mujer ya se había retirado del lugar y no parecía que nos daría más espectáculos por el día.

Fue entonces que mis ojos captaron algo de acción en la tienda frente a nosotros. La misma ya se había vaciado casi del todo, apenas quedando algún rezagado en su interior que había llegado tarde al reparto de gangas. Pero, como dije antes, mis ojos notaron algo. Un par de empleados comenzaron a dejar unas cajas de considerable tamaño en el suelo del local, allí donde todavía había espacio. Seguidamente las abrieron rompiendo la cinta que las envolvía. Fue entonces que uno de ellos tomó un megáfono y salió a la entrada de la tienda. Un momento, yo ya había vivido esto antes... horribles recuerdos comenzaron a llenar mi mente de feas imágenes que no quería volver a presenciar. -A todos nuestros amables clientes, haciendo un nuevo esfuerzo por ustedes, ¡Tenemos una increíb- impresionante rebaja en los dulces navideños! ¡No es mitad de precio, es mucho más bajo! Apresúrese antes de que se agoten.- Aquella última sentencia terminó por definirlo todo. Aquí vamos con la locura de nuevo. En una fracción de segundo el empleado corría al interior de la tienda a buscar algún refugio, mientras pude sentir como todas las miradas de los peatones se fijaban en la tienda. Miradas desesparadas, hambrientas por conseguir aquellos dulces a tan bajo precio. Y fue entonces que caí en cierta realización que me golpeó mentalmente en la cabeza. -Yo tengo que comprar esas mierdas.- Mis palabras saliendo en apenas un susurro.

¿Qué vas a hacer Wass? ¿Vas a unirte a aquel circulo vicioso de falsa necesidad y consumismo?  ¿Vale la pena? Noté como las personas que habían oído el anuncio finalmente se lanzaban hacia la misma, corriendo, para poder conseguir las golosinas. Tragué saliva y luego mi nerviosismo fue reemplazado por decisión. Me acomodé correctamente en la banca, mientras una mirada seria aparecía reemplazaba a aquella confundida que había tenido segundos atrás y una confiada sonrisa se dibujaba en mi rostro. Iba a conseguir esos dulces, pero de ninguna forma iba a dejar que algún estúpido y desesperado imbécil me golpeara o siquiera me empujara. Al menos eso es lo que esparaba. -Cuida esto por mi ¿sí?- Sin esperar respuesta alguna me saqué el abrigo negro, quedando solo con una camiseta roja, y se lo tiré encima a la chica pelirroja, a quién dirigí una última mirada, manteniendo aquella egocéntrica sonrisa en mi rostro, antes de lanzarme con gran velocidad hacia el abismo. A veces me sobreexcedía de confianza, pero por alguna extraña razón sentía que podía confiar en ella. Esquivé a las primeras personas que se internaban con facilidad, aprovechando mis propias habilidades físicas. Pero por el rabillo del ojo, antes de terminar de entrar a la tienda, pude ver algo. Mi sangre se heló ante aquella vista. Era la mujer de rojo, e igualmente se abría paso entre los desafortunados que se cruzaban en su camino, con una tremenda ferocidad, y solo por reclamar sus dulces a la mitad de la mitad del precio. Podría haber jurado que con su llegada la música ambiental había cambiado por una de suspenso y terror, aunque no estaba del todo seguro.